Muchas centrales hidroeléctricas ya han superado o están a punto de cumplir su vida útil. ¿Debemos seguir promoviendo este tipo de energía?
La matriz eléctrica de América Latina y el Caribe es la más verde del mundo. En 2017, el 55% de su energía eléctrica procedió de fuentes renovables, según datos de la Organización Latinoamericana de Energía (Olade). Incluso, es posible que esta porción se incremente, ya que todo parece indicar que la energía renovable no convencional, principalmente eólica y solar, continuará su crecimiento exponencial de la última década. Sin embargo, no hay que olvidar que la hidroelectricidad es responsable de la mayor parte de la energía eléctrica renovable en esta región (el 86% en 2017).
Latinoamérica ha explotado entre el 25% y el 50% de su potencial hidroeléctrico disponible y se prevé que en un futuro cercano la capacidad instalada continúe creciendo.
El desarrollo de nuevos proyectos hidroeléctricos no está exento de desafíos y de controversia. Por un lado, estos proyectos tienen riesgos relacionados con su construcción, además de impactos ambientales y sociales, asociados principalmente a las presas y a los embalses. Por otro lado, los tiempos necesarios para los estudios e implementación y las grandes necesidades de capital inicial que requieren hacen que el financiamiento y puesta en marcha sea más compleja que las de otras fuentes de generación. Por ello, todos los nuevos proyectos hidroeléctricos precisan una cuidadosa planificación y preinversión. Es necesario aplicar las mejores prácticas mundiales en el sector para minimizar los riesgos de construcción y los impactos ambientales y sociales.
Sin embargo, vale la pena cuestionar si el desafío actual en América Latina y el Caribe se encuentra en emprender nuevos proyectos hidroeléctricos o si, en realidad, el mayor reto para la región es rehabilitar y modernizar las centrales que ya han cumplido o están punto de cumplir su vida útil. El desarrollo hidroeléctrico comenzó en esta parte del mundo a inicios del siglo XX y tuvo su apogeo en las décadas de los años setenta y ochenta, cuando entró a operar cerca del 40% de las centrales actuales. Hoy en día, aproximadamente la mitad de las hidroeléctricas de la región tienen ya más de 30 años y en las próximas dos décadas esta proporción podría llegar al 75% del parque hidroeléctrico existente. Considerando que la vida de los equipos electromecánicos oscila entre los 30 y 40 años, existe un creciente número de centrales que ya requieren ser rehabilitadas.
La mayor ventaja de la rehabilitación es que muchos de los impáctos ambientales y sociales ya han sido mitigados. Por otro lado, las obras civiles ya existen y normalmente tienen una vida útil superior a la de los equipos electromecánicos. Por ello, una rehabilitación permite agregar a un sistema energía renovable de muy bajo costo e impacto. Asimismo, durante la rehabilitación es posible la modernización de los equipos de control, aprovechando las últimas tecnologías digitales. La digitalización de las centrales permitiría optimizar su operación y mantenimiento, incrementando su eficiencia y reduciendo aún más los costos de la energía.
Los proyectos de rehabilitación necesitan una adecuada planificación que considere, entre otras cosas, el tiempo de parada de la central, la necesidad de generación de respaldo y la coordinación con otros actores (por ejemplo, en presas multipropósito dedicadas al riego). Igualmente, es necesaria la evaluación cuidadosa del alcance y el costo de la rehabilitación. La definición de la tecnología y el diseño de los nuevos equipos deben prever la necesidad de nuevos modos de operación de la central, como, por ejemplo, si se requiere que funcione como respaldo de generación variable. Un aspecto crítico en estos proyectos es verificar el estado de las obras civiles para garantizar su duración por la nueva vida útil de la central. Especialmente, se debe evaluar la seguridad de las presas así como verificar el nivel de los sedimentos en el embalse.
Estos proyectos deben tener en cuenta otro gran desafío: el cambio climático, que introduce mayores grados de incertidumbre en el diseño. La mayor parte de los modelos climáticos muestran un aumento de las precipitaciones en las épocas de lluvia y periodos de sequía más largos, la modificación de las estaciones y una alteración en la distribución geográfica de los recursos hidrológicos.