Los manglares son considerados uno de los depósitos más importantes de carbono azul. Estos ofrecen un aporte vital para la salud del planeta, dado que funcionan como una especie de cisterna que retiene las emisiones de dióxido de carbono (CO2).
El carbono es uno de los elementos químicos con mayor abundancia en la corteza terrestre y, también, hace parte de la composición de todos los seres vivos. El dióxido de carbono se genera cuando se quema cualquier sustancia que contiene carbono; así, el CO2 es un gas abundante en nuestra atmósfera, producido principalmente por las actividades de los seres humanos, especialmente por el uso de combustibles fósiles.
Dado que en las últimas décadas su producción se ha elevado vertiginosamente, hoy el CO2 es uno de los principales combustibles del calentamiento global. Pero, por fortuna, los bosques son sumideros naturales de esta amenaza planetaria, pues por su composición los árboles absorben CO2 de la atmósfera a través de la fotosíntesis y devuelven oxígeno.
Sin embargo, es poco conocido que también los manglares reúnen condiciones mucho más óptimas para esa función. Cerca del 60 % del carbono acumulado de los bosques del mundo está en las franjas intermareales —aquellas zonas entre el ambiente terrestre y el marino—. Con 300.000 hectáreas de manglares, Colombia es el cuarto país del continente americano con mayor extensión de manglares y el décimo segundo en el mundo en relación con la cantidad de carbono por unidad de área.
Las condiciones climáticas y geográficas de los manglares del Pacífico colombiano favorecen la producción de carbono azul. (Foto: Juan Felipe Blanco)
¿Qué es el carbono azul? Un potente elemento asociado al metabolismo del planeta: las rutas catabólicas de los manglares liberan el carbono que está en el interior del suelo, dejándolo en la atmósfera. Asimismo, sus rutas anabólicas lo capturan para transformarlo en biomasa —materia orgánica de origen vegetal—.
«El carbono que se encuentra entre la costa y el mar se denomina «azul» porque está asociado al océano», contó la ingeniera biológica e investigadora de la Universidad de Antioquia, Ana María Valencia Palacios, quien participó en el estudio ‘Manglares de Colombia, una nueva mirada’, liderado por Juan Felipe Blanco Libreros, biólogo y profesor de la Alma Máter.
«El promedio nacional es de 527 toneladas (de carbono azul) por hectárea sobre el suelo, y de 82 megagramos por hectárea de biomasa», puntualizó Blanco Libreros.
«Mientras los mangles que viven en aguas con mayor grado de salinidad, como en la costa Caribe, están invirtiendo su energía en procesos como la desalinización de sus tejidos, los mangles del Pacífico pueden invertirla principalmente en crecer, alcanzando lturas imponentes», explicó Blanco Libreros.
Investigaciones recientes evidencian que los manglares del Pacífico, al sur del país —en los departamentos de Nariño, Cauca y Valle—, están considerados entre los más altos del mundo, ya que esa zona reúne las condiciones —lluvias, descarga constante de aguas de río y ausencia de ciclones— para que los manglares crezcan y mantengan una producción elevada de carbono azul.
Sin embargo, todas las especies de manglares del territorio nacional son privilegiadas por las condiciones climáticas y la geografía. En ese sentido, y sobre los individuos asociados al río Atrato, se han dado hallazgos sobre su nivel de resiliencia: «Muchos de nuestros mangles no alcanzan a percibir la falta de lluvia que traen los fenómenos climáticos, porque el Atrato los está nutriendo permanentemente», advirtió Blanco Libreros.
Los manglares se originaron en el sudeste asiático y migraron por África hasta,finalmente, llegar a América. En el mundo hay aproximadamente 80 especies y solo una de ellas es nativa de este continente: Pelliciera Rhizophorae o mangle Piñuelo, que crece entre Costa Rica y Colombia, y cuyas poblaciones más extensas están en el golfo de Tribugá.
El mangle rojo —Rizhopora mangle— y el mangle blanco —Laguncularia racemosa— son las especies más abundantes a escala nacional,sin embargo, en las costas del Pacífico vive una especie nativa: «Los manglares de la Serranía del Baudó pertenecen a un tipo conocido como «de borde», es decir, que crecen al lado de acantilados o estructuras rocosas, lo cual genera unas especies con características particulares, y en el caso del Piñuelo, únicas», puntualizó la ingeniera Valencia Palacios.
Con la creación del Ministerio del Medio Ambiente, hace cerca de 30 años, Colombia comenzó a mirar a sus bosques. En la última década, tras el Protocolo de Kioto, se viene monitoreando la deforestación. Sin embargo, «los manglares son la cenicienta del tema ambiental, ya que ni el Ideam ni el Ministerio los consideran bosques», denunció Blanco Libreros, al enfatizar en la importancia de proteger estos reservorios paliativos ante las emisiones tóxicas que se mueven en la atmósfera terrestre.
Pero la ausencia de políticas públicas para proteger los manglares contrasta con la conexión de las comunidades que viven cerca de estos ecosistemas, que se han convertido en sus guardianes, ya que constituyen su fuente de sustento a través de actividades relacionadas con pesca y ecoturismo.
En los manglares viven especies de alto valor comercial como el róbalo, la mojarra y la piangua —un molusco usado en la cocina ancestral del Pacífico—. La extracción artesanal de esta última es la principal actividad económica de cerca de 11 000 familias de la costa del Pacífico colombiano. En el Caribe los canales entre los manglares son visitados por especies carismáticas como manatíes, tortugas, perros venaderos, mapaches cangrejeros y monos aulladores. Los manglares, su hogar de paso o permanente, son longevas arboledas que en algunos casos han permanecido en su sitio actual desde hace cerca de 3000 años.
A partir de la convención de París en 2015, cada país sabe cuánto carbono tienen sus costas, para financiar la protección de manglares y para compensar emisiones a través de la venta de bonos de carbono. En Colombia, se destaca la inversión de la empresa Apple, que en alianza con Conservation International e Invemar, asumió la protección de 27.000 hectáreas en la bahía de Cispatá —en el departamento de Córdoba—, con lo cual se están capturando un millón de toneladas métricas de CO2.